No hay vida sin finitud, ni consciencia sin dolor.
Ojalá, al menos, en nuestra levedad lleguemos a encontrar la esperanza de lo efímero, el valor de haber existido.
Los años no perdonan la canción de los muertos. Crean sinfonías sin sonido; cuasi infinitas y calladas cuando los vivos celebran su salud y su remanso, como relojes parados de cristales translúcidos. ¿Quién acepta a los que invocan la finitud de su tiempo, etiquetados de oscuro, con estoicismo su exilio?
Soportarán esa espera hasta que, un día sin aviso sin fanfarrias ni reclamos, sea confirmado su sino y, arrepentidos todos, de la arena mal usada, vuelvan la cara y nos digan < < Se han acabado las horas > >.
Enfrente de tu casa, ensimismado, a veces, me preguntan los latidos, cegados de su insano entendimiento, lo vano del amor, cuando te has ido. Ufanos, me demuestran de repente, que pueden recordarte más deprisa, sintiendo en la penumbra de tu puerta tu ausencia de escalones recorridos. La herida reparada de tu ausencia; tu ausencia cuando sales tan segura buscando caricias desconocidas. Quién sabe en qué lugar ni en que tiempo. Qué rápido han pasado veinte años. Aún noto el vacío encaramado en mármol frío y claro, que describe silencios del rumor entre la nada.
Puede leerse la revista completa pinchando en el siguiente enlace: -->Aldaba nº 30.