Los años no perdonan la canción de los muertos.
Crean sinfonías sin sonido; cuasi infinitas y calladas
cuando los vivos celebran su salud y su remanso,
como relojes parados de cristales translúcidos.
¿Quién acepta a los que invocan
la finitud de su tiempo, etiquetados de oscuro,
con estoicismo su exilio?
Soportarán esa espera hasta que, un día
sin aviso
sin fanfarrias ni reclamos,
sea confirmado su sino
y, arrepentidos todos, de la arena mal usada,
vuelvan la cara y nos digan
< < Se han acabado las horas > >.
Enfrente de tu casa, ensimismado,
a veces, me preguntan los latidos,
cegados de su insano entendimiento,
lo vano del amor, cuando te has ido.
Ufanos, me demuestran de repente,
que pueden recordarte más deprisa,
sintiendo en la penumbra de tu puerta
tu ausencia de escalones recorridos.
La herida reparada de tu ausencia;
tu ausencia cuando sales tan segura
buscando caricias desconocidas.
Quién sabe en qué lugar ni en que tiempo.
Qué rápido han pasado veinte años.
Aún noto el vacío encaramado
en mármol frío y claro, que describe
silencios del rumor entre la nada.
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